LA CENA
Era
la primera vez que utilizaba la alarma de mi iPhone. Nunca la había necesitado,
pues jamás había tenido que despertarme para cumplir una obligación; pero
aquella tarde era especial. No quería que el sueño me alejase irremediablemente
del transcurso de las horas. Tenía que vivir plenamente cada instante para
convertirlo en el principio de una noche que debía ser entrañable.
Para
que mi sueño no se turbase subrepticia y desagradablemente, había escogido el
sonido más tierno y melódico. Se trataba de unos cortos acordes nacidos de las
cuerdas de un arpa. No obstante, pese a la delicadeza de aquel sonido, me
desperté infinitamente asustada y desconcertada. Eros todavía dormía a mi lado,
lo cual me satisfizo, pues no quería que
se despertase de una forma tan brusca. Intentando no hacer ruido, me vestí y
salí de nuestra alcoba para comenzar a prepararlo todo para aquella noche. Era
la primera vez que invitaba a unos humanos a comer a mi casa y deseaba que todo
saliese perfectamente.
-
¿Adónde vas, Shiny? –me preguntó de pronto cuando caminaba por el pasillo.
-
Vaya, no quería despertarte –me lamenté volviendo a la alcoba y
sentándome después a su lado.
-
Buenas noches, ¿no? –me sonrió cariñosamente mientras me abrazaba—.
¿Por qué te has despertado tan pronto? Ni siquiera son las cuatro de la tarde...
-
¿NO te acuerdas de que invitamos a cenar a nuestros vecinos? Tenemos
que prepararlo todo –le recordé tras besarlo en los labios con todo mi amor—.
No podemos demorarnos más.
-
¿A qué hora vienen? –quiso saber un poco más nervioso.
-
A las siete.
-
¿A las siete? Shiny, tenemos que comprarlo todo para la cena y encima
debemos hacerla. No nos dará tiempo –me comunicó inquieto.
-
No te preocupes por eso...
-
¿Cómo iremos a comprarlo todo? ¡Todavía es de día!
-
No tardará en anochecer, amor mío. Mientras cae la tarde, podemos
decorar nuestro hogar con adornos navideños –le propuse ilusionada.
-
Pero si tú odias la Navidad, Shiny –se rió.
-
Les extrañará no ver nuestro pisito adornado... Ellos lo tienen muy
bonito, Eros. Han puesto en el salón un árbol precioso con luces y han colocado
velas...
-
Está bien, pero ya me dirás de dónde pretendes sacar los adornos –se
rió mientras salía del lecho para vestirse.
-
Los compraremos.
-
Pero, Shiny, es lo mismo –se rió más estridentemente—. Estás tan
nerviosa que te olvidas de que no podemos vagar bajo el sol –seguía riéndose.
-
Sí, es cierto, estoy muy nerviosa. No tengo ni la menor idea de qué
podemos cocinar ni cómo preparar algo que esté bueno. No he cocinado nunca,
nunca –me lamenté sobrecogida.
-
No entiendo por qué no les has propuesto dar un paseo por la ciudad
para ver las luces que han puesto en lugar de invitarlos a cenar –me recriminó
con cariño.
-
No sé... No quería que... ¡No lo sé! –exclamé cubriéndome el rostro
con las manos.
-
No temas. Lo haremos bien. Buscaremos recetas en internet.
-
De acuerdo.
Me parecía que las agujas del
reloj cada vez se movían más rápidamente sin que nosotros hubiésemos decidido
todavía la comida que cocinaríamos. Eros buscaba tranquilamente algunas recetas
mientras yo ordenaba nuestra alcoba y expulsaba el poco polvo que se había acumulado
en los rincones.
-
¿Por qué no les hacemos sopa?
-
¿Sopa? –me preguntó extrañado, intentando no reírse.
-
Sus es vegetariana. No podemos cocinar carne... La sopa le gusta a
todo el mundo.
-
¿Sopa, Shiny? ¿Se haya visto comida más cutre?
-
No es cutre. Cuando yo era humana, la sopa era lo que más me gustaba.
No te imaginas lo placentero que era tomar algo calentito cuando...
-
Shiny, pero ahora las cosas han cambiado. Mira, haremos un bizcocho de
chocolate, macarrones a la carbonara y una tortilla de patatas con cebolla
–resolvió alzándose de la silla y apagando el ordenador—. Ahora te haré una
lista con los ingredientes que debes comprar.
-
O sea... pondremos: de primer plato, bizcocho de chocolate; de
segundo, la tortilla, y de tercero...
-
¡No, no, no, Shiny! –se rió estridentemente.
-
¿Qué ocurre? –le pregunté extrañada.
-
El bizcocho es el postre, cariño, es lo último que se come.
-
La señora Hermenegilda dijo que traería...
-
¿La señora Hermenegilda viene? –me interrogó escandalizado.
-
Se autoinvitó.
-
Maldita mujer...
-
NO seas malo –me reí—. Al menos traerá no sé que de pudin con
rosquillas. Si nuestra comida sale mal, siempre nos quedará su benevolencia –me
reí más libremente.
-
¿Y nosotros qué comeremos? –me preguntó pícaramente acercándose a mí.
-
Nada...
-
¿Y cómo piensas convencerlos de que no necesitamos comer, eh? –me
cuestionó meloso.
-
Ya se nos ocurrirá algo...
-
Sí, sobre todo a ti. Mejor deja que hable yo –me pidió separándose de
mí tras besarme en la frente—. Ahora te redactaré la lista de la compra...
-
¿No vendrás conmigo? –le pregunté asustada.
-
Pensaba ir a comprar los adornos navideños. De eso yo entiendo más que
tú.
-
Sí... pero... no sé si yo...
-
Sólo tienes que buscar lo que yo te escribiré en este papel, Shiny. No
es tan difícil –se rió con cariño.
Cuando Eros me hubo entregado la
primera lista de la compra que yo leía en mi vida, me pareció que ésta era
demasiado larga y enrevesada; pero no se lo comuniqué. Tras ponerme mi abrigo
de terciopelo negro, salí de nuestro hogar y me dirigí hacia el supermercado
rogando continuamente que todo saliese insuperablemente bien.
La noche avanzaba ya sobre las
hermosas luces que hacían brillar las calles. Aquella oscuridad me demostraba
que la hora en la que debíamos reencontrarnos cada vez estaba más cerca. Intenté
que aquella certeza no me desalentase ni me pusiese más nerviosa de lo que me
sentía.
Lamentablemente, tardé más de
una hora en conseguir comprar todo lo que necesitábamos, pues era la primera
vez que compraba alimentos en un supermercado y no tenía ni la más sutil noción
de la distribución de los pasillos y de dónde se hallaba cada artículo. Durante
todo aquel tiempo, Eros no cesó de enviarme “whatsapps” preguntándome si estaba
bien, cuánto me quedaba y si necesitaba que viniese a ayudarme. Yo no le había
contestado ni un solo mensaje, pues entonces el tiempo huiría de mis manos sin
que yo pudiese detenerlo. Cuando al fin llegué a casa, me encontré a Eros
sentado nervioso en el sofá. Me apercibí de que había adornado todos los
rincones de nuestro pisito con figuras y cintas navideñas muy hermosas y
resplandecientes. También había comprado un enorme árbol blanco y negro que
había decorado con bolas y luces de colores.
-
¡Qué hermoso! –me reí satisfecha.
-
Me alegro de que te guste. Shiny, son las seis y media de la tarde.
¿Cómo pretendes que cocinemos un bizcocho, una tortilla y macarrones en menos
de media hora? –me preguntó alarmado.
-
¿Las seis y media? Oh, no...
-
No podemos perder más tiempo. A ver... ¿esto es todo lo que has
comprado? –me cuestionó arrebatándome delicadamente las bolsas de plástico que
sostenía—. Muy bien... He leído más de diez veces el procedimiento que debemos
seguir para prepararlo todo.
-
Menos mal –suspiré aliviada.
-
Pero creo que no podremos hacer el bizcocho –me comunicó con primor.
-
¿Por qué?
-
Porque, después de sacarlo del horno, debemos dejar que se enfríe,
Shiny. Creo que tendremos que hacerlo otro día.
-
¿No se puede comer caliente?
-
En internet pone que no...
A pesar de que aquello me
desalentó muchísimo, no protesté, sino que ayudé a Eros en todo lo que me
pedía. No podía evitar que todos los ingredientes que utilizamos para preparar
aquella comida que ni siquiera podíamos aspirar me hiciesen sentir una
repugnancia insoportable. Tuve que esforzarme en no respirar y en convencerme
de que todo lo que tañían mis manos y veían mis ojos procedía de la tierra más
hermosa del planeta, pues entonces vomitaría sin que nada pudiese impedirlo.
-
Qué asco me dan los huevos –exclamé con repulsión.
-
Ya, son repugnantes –me confirmó.
-
¿Por qué todo olerá tan mal? Quizá me haya equivocado y haya comprado
alimentos caducados...
-
En los supermercados no venden alimentos caducados, Shiny –se rió.
La hora se acercaba cada vez
más, y nosotros ni siquiera teníamos hecha la tortilla. Los nervios que experimentaba
se acrecían conforme los minutos pasaban y percibía que aún nos faltaban
muchísimos pasos para terminar de preparar aquella desastrosa cena.
-
Queda muchísimo –protesté viendo cómo la pasta se cocía—. No nos dará
tiempo.
-
No, no nos dará tiempo si, en lugar de cortar patatas, te dedicas a
lamentarte continuamente –me ordenó divertido señalándome esos amorfos
tubérculos.
-
Ya lo sé.
Pelamos y cortamos las patatas
lo más rápido que pudimos, lo freímos todo lo mejor posible, preparamos la
salsa para los macarrones como si aquel momento fuese el último suspiro de
nuestra vida... Creíamos que la cocina explotaría. La casa estaba llenándose de
humo y apenas podíamos respirar; pero nosotros no nos deteníamos. Cocinábamos
como si se agotase el tiempo de la vida de la Tierra ignorando plenamente las
inquietantes percepciones que nuestros sentidos nos ofrecían.
-
¡Abre la ventana o cuando vengan se asfixiarán! –me ordenó Eros
nervioso intentando gritar mucho más que la voz del aceite hirviendo.
-
¿Por qué cocinar es algo tan desagradable y difícil? –me pregunté
desalentada—. ¡Son casi las siete y eso que estás haciendo parece cualquier
cosa menos una tortilla! —le recriminé con ganas de llorar.
-
¿Y qué piensas que es una tortilla, Shiny? Esto es una tortilla –me
indicó alzando la sartén para que viese aquella cosa rara que estaba cocinando.
-
¡Eso parece puré en vez de una tortilla!
Porque no está terminada, Shiny
–se rió con paciencia.
-
¡Y estos macarrones...! ¡Parecen gusanos nadando en lava...! ¡Qué
asco! Está saliendo horriblemente mal, Eros... –me quejé a punto de ponerme a
llorar. Los ojos ya se me habían llenado de lágrimas.
-
No, no está saliendo tan mal, Shiny. Quita ya la olla del fuego, anda
–me mandó con paciencia.
-
¡No me digas que tendrán que comerse esto! –le pregunté disgustada.
-
A ti te parece asqueroso, pero a los humanos les encanta la pasta a la
carbonara. Te ha salido mejor de lo que piensas.
-
¿Y ahora qué tengo que hacer?
-
Servirlo en platos –me contestó como si aquella respuesta fuese
demasiado evidente—. No creerás que deben comer en la olla –divagó divertido.
-
Yo pensaba que... No importa...
-
¿Qué pensabas?
-
Pensaba que cada uno se servía lo que deseaba.
-
La idea no está mal, pero queda
mejor que ya vean los platos servidos. Pondremos la tortilla en medio de la
mesa partida en fracciones.
-
Vaya asco de comida –me reí incómoda intentando no llorar.
-
¿Por qué? —se rió estridentemente.
-
Porque es muy cutre: pasta y tortilla... En ninguna película sale este
menú tan simple.
-
Es simple, es verdad, pero es lo que más les gusta a los humanos.
-
¡Y Sus es vegetariana!
-
¡Pero si no hemos hecho carne!
-
Pero los huevos provienen de un animal...
-
Bah, Shiny, no creo que sea tan exigente.
-
No me he percatado de ese detalle... Ay, no...
-
No pasa nada...
-
Y a la salsa de los macarrones le hemos puesto carne, también.
-
Pero puede quitarla, Shiny –me avisó con paciencia. Me pregunté cómo
era posible que no la hubiese perdido ya.
-
Somos unos anfitriones malísimos...
-
Sirve ya la pasta en los platos que he puesto en la mesa, por favor.
-
De acuerdo.
Intentando no perder tiempo, me
desplacé rápidamente hacia el salón, donde Eros había adornado la mesa con un
mantel rojo y cubiertos dorados. Estaba tan concentrada en impedir que la
comida se me derramase que no me apercibí de que Eros había conectado el cable
de las luces de nuestro árbol de Navidad en el enchufe que había al lado de la
puerta del comedor. Éste se me enredó en los pies, haciéndome tropezar. Al
perder el equilibrio, la olla se me escurrió de entre las manos y cayó al
suelo, volcando todo su contenido. El estruendo que realizó al estrellarse
contra el suelo no me ensordeció tanto como ver que todo mi esfuerzo quedaba
desparramado por el suelo, manchándolo todo.
-
¿Qué ha pasado, Shiny? –me preguntó Eros asustado.
-
¡Maldita sea...! –exclamé llorando sin poder evitarlo.
-
¡Oh, no, Shiny! –gritó de pronto al ver aquel desastre.
-
¿Y ahora qué haremos?
-
¡Lo primero que tenemos que hacer es limpiar esta catástrofe! —me
advirtió agachándose y tomándome del brazo para ayudarme a levantarme.
-
¡Soy una inútil, Eros! –lloré sin poder evitarlo abrazándome a él.
-
No eres ninguna inútil. Cualquiera puede tener un accidente, amor mío.
NO te preocupes. Pediremos comida china. ¿Sabes por qué olía tanto a humo? Pues
porque se me había quemado la tortilla. Yo también soy un desastre –me comunicó
comprensivamente.
Justo entonces el timbre sonó, agravando
aquella desastrosa situación e intensificando las ganas de llorar que experimentaba.
Me alcé rápidamente del suelo y recogí la olla que se me había caído tan catastróficamente.
Eros me miraba con compasión y divertimento mientras se dirigía hacia la galería
para traer los objetos necesarios para limpiar aquel desbarajuste.
-
Es la señora Hermenegilda –le informé nerviosa e intentando que mi voz
sonase clara.
-
¿Cómo lo sabes?
-
Porque la huelo. Ay, dios mío, ¡ni siquiera nos ha dado tiempo a poner
nada en la mesa! ¡Y tampoco me he alimentado!
-
Deberías hipnotizarla y ordenarle que venga más tarde. No te pongas
tan nerviosa, Shiny. Todo tiene solución, amor mío. Mientras la hipnotizas y
vas a alimentarte, yo iré a buscar comida hecha a cualquier sitio. No te preocupes.
Mientras Eros me dedicaba
aquellas palabras tan consoladoras y alentadoras, el timbre no cesaba de sonar.
Al fin, sintiéndome un poco más segura y calmada, me dirigí hacia la puerta y
la abrí con serenidad, esbozando una brillante y simpática sonrisa.
-
Buenas noches, señora Hermenegilda –la saludé tratando de ocultar mis
nervios.
-
No sé si he llegado demasiado pronto –empezó a hablar adentrándose sin
permiso en mi casa—. Como no abrías la puerta, me pensaba que os habíais ido. He
traído torrijas y pudin...
-
Señora Hermenegilda, por favor... ¿Puede...?
-
Ay, por supuesto. Toma mi abrigo y el bolso. Espero que tengas una
percha que soporte grandes pesos.
-
Pero ¿qué lleva aquí dentro? –le pregunté extrañada.
-
Nunca se sabe, hija. ¿Dónde hay una silla? Necesito sentarme.
-
Será mejor que espere aquí un momento. Todavía no...
-
¿Todavía no tenéis hecha la cena?
-
Pues es que... hemos tenido un accidente y... –intenté explicarle con
calma, mas ella ya no me escuchaba. Se dirigía sin mi permiso hacia el salón,
donde Eros aún limpiaba el desastre que yo había causado—. Señora Hermenegilda,
por favor...
-
Pero ¿qué ha ocurrido aquí? Desde luego, estos chicos de hoy ya no
saben cocinar. A ver, ¿dónde tenéis la cocina? Ahí, ¿no? Este piso es igual que
el de la señorita sus. Pues aquí está la señora Hermenegilda para solucionar
vuestros problemas... ¡Pero qué es esto! –exclamó de pronto desde la cocina.
-
Es un intento de tortilla –le contestó Eros con calma mientras me
dirigía una mirada anegada en fastidio y desaliento.
-
Quizá nos ayude –le propuse susurrando.
-
Se supone que es una invitada. Los invitados no ayudan, Shiny.
-
¿Qué más da? Lo hará de todo corazón.
-
¡Pero si no tenéis nada en la nevera! –declaró a gritos completamente sorprendida.
-
¿No has comprado ni siquiera bebidas, Shiny? –me preguntó asustado.
-
No... Pensé que con el agua del grifo ya les bastaba...
-
NO se preocupe, señora Hermenegilda. Ahora mismo salgo a comprar
bebidas y... –divagó Eros dirigiéndose hacia la puerta.
-
Aguarda, no te vayas, por favor. Se supone que la que tiene que irse
soy yo, pues debo alimentarme. Siento arder mis ojos.
-
Es cierto. ¿Sabrás comprar bebidas?
-
Sí –mentí—. Sé que los humanos beben coca-cola y líquidos insalubres.
-
Ve lo más rápido que puedas. Pásate por cualquier restaurante y pide
comida para llevar, lo que sea.
-
Sus es vegetariana.
-
¡Ay, Shiny! ¡No tenemos suficiente con hacer comida para todos que...!
-
Es una invitada tan honorable e importante como los demás –le recordé
con pena.
-
Lo sé, Shiny, si yo no digo lo contrario, pero es que eso lo empeora
todo...
-
No te preocupes.
-
¿Ni siquiera tenéis aceite? –intervino nuevamente a gritos la señora
Hermenegilda—. ¿Pero cómo narices sobrevivís?
-
Duérmela o haz lo que sea mientras no llego –le recomendé ya saliendo
por la puerta.
-
Esto no es real, esto no es real –se dijo a sí mismo mientras se
dirigía hacia la cocina.
Me alimenté apenas sin saborear
la sangre; tras lo cual, me sumergí en la búsqueda de algún restaurante que me
permitiese llevarme comida preparada. El único que encontré fue el McDonald’s.
Me esforcé en pedir las hamburguesas, patatas y ensaladas más suculentas. Mientras
regresaba medianamente satisfecha a mi hogar, Eros me llamó más de seis veces
por el móvil; pero yo no podía perder tiempo en contestar a su llamada.
-
¡Al fin! –exclamó cuando llegué—. Ya han llegado, Shiny.
-
No puede ser.
-
La señora Hermenegilda ha salido a comprar, según ha dicho, género y
está haciendo un cocido.
-
¿Género? –le pregunté totalmente extrañada—. ¿Qué es eso?
-
No lo sé, Shiny –me contestó desalentado—. Sus, Wen, Duclack, Vicrogo
y Diamante están en el salón.
-
Qué lástima. Deseaba presentaros serenamente.
-
Pues no ha podido ser. ¿Qué has traído? ¡No me digas que has traído
comida del McDonald’s...! –susurró asustado.
-
Es lo único que he encontrado, Eros.
-
Qué cutre, Shiny –se rió disgustado.
-
¿Y qué querías que hiciese? Por lo menos la señora Hermenegilda está
cocinando algo decente.
-
Pasa ya. Todos te esperan.
Oí que todos reían y conversaban
animadamente en el salón, lo cual me sosegó profundamente, pues creía que
estarían infinitamente disgustados por nuestro desastre. Cuando me adentré en
el comedor, me miraron de una forma divertida y muy simpática.
-
Disculpadme por la tardanza, pero es que...
-
¡Has traído comida del McDonald’s! –exclamó Wen entusiasmado—. Hace
siglos que no me como una hamburguesa.
-
También he traído patatas y ensalada para Sus –les informé colocando la
comida encima de la mesa.
-
Gracias por acordarte de mí, Sinéad –me dijo Sus.
-
La señora Hermenegilda está haciendo cocido. Creo que nadie se lo
comerá –se rió Diamante—. Yo prefiero las hamburguesas.
-
Siento mucho no haberos preparado algo más suculento... pero es que
hemos tenido muchos problemas con la cocina y... –intenté disculparme.
-
¡El único problema que han tenido es que no saben cocinar! –exclamó la
señora Hermenegilda desde la cocina—. ¡No tenían nada en la nevera!
-
Hace poco que se mudaron. Es comprensible que apenas tengan nada –nos
defendió Wen.
-
Siempre que vengo aquí, como cocido, así que te agradezco que hayas
traído algo distinto –me comunicó Duclack.
-
Gracias por vuestra comprensión –les dije cerrando con fuerza los
ojos. Tenía ganas de llorar.
-
No tienes que agradecernos nada. Lo importante es el detalle de
habernos invitado a vuestra casa –intervino Vicrogo con cariño.
-
Sí, pero queríamos que fuese algo más especial... –adujo Eros.
-
No os preocupéis –nos pidieron todos al mismo tiempo, lo cual nos hizo
reír.
-
¡Ya vienen los platos de cocido! –informó a gritos la señora
Hermenegilda portando en sus manos dos platos humeantes y rebosantes de
comida—. ¡Haced sitio, haced sitio!
-
Dios mío –susurré cuando me apercibí de que a Eros y a mí también nos
pertenecía un enorme plato lleno de comida.
-
Sinéad, ¿puedo hablar contigo un momento? –me pidió Eros con paciencia
y cariño.
-
Por supuesto.
-
¿Se puede saber cómo saldremos triunfantes de esta situación? Bien
sabes que no podemos comer –me advirtió cuando ya nos hallamos en nuestra
alcoba.
-
Pues... los engañaremos alegando que nos encontramos mal del estómago
y que preferimos comernos el cocido mañana... ¡No sé! –exclamé asustada
-
¿Por qué no se te ocurrió invitarlos a dar un paseo por la ciudad?
¿Por qué te metiste en este berenjenal?
-
Me sentía incómoda y busqué cualquier cosa para... Lo siento –me disculpé
con una voz temblorosa—. Ha sido un desastre.
-
Puede seguir siéndolo si no somos audaces, Shiny.
-
Yo sólo quería ser amable con ellos.
-
Y lo entiendo, de veras; pero no vuelvas a invitarlos a cenar, por
favor, ¿de acuerdo?
-
¿Qué os pasa, tortolitos? –preguntó a gritos la señora Hermenegilda—.
¡Los arrumacos son para luego!
-
Y esta mujer lo empeora todo... –masculló Eros nervioso.
-
Es una señora mayor. Tal vez quiera irse pronto a dormir –propuse esperanzada.
-
Ésta no se irá ni siquiera habiendo un terremoto.
Aunque nos sintiésemos asustados
y nerviosos, regresamos al salón y nos sentamos en la silla que nos
correspondía. La señora Hermenegilda, con infinita amabilidad, había traído cuatro
sillas de su casa para que todos pudiésemos sentarnos alrededor de la mesa.
-
Lo sentimos mucho, pero nosotros no comeremos –informó Eros con
paciencia y serenidad—. No nos encontramos bien del estómago y...
-
¿Teniendo una pasa nos habéis invitado a cenar? –preguntó desafiante
la señora Hermenegilda.
-
No tenemos ninguna pasa. Simplemente, al mediodía comimos algo que no
nos sentó bien y... –prosiguió Eros.
-
Si eso, voy a mi casa a por manzanilla. Me he dado cuenta de que no
tenéis ni una sola hierba –nos ofreció la señora Hermenegilda.
-
No, gracias –le contesté educadamente.
-
Nos comeremos el cocido mañana –resolvió Eros alzándose de la mesa y
llevándose nuestros platos—. Mañana lo saborearemos con más placer –dijo sonriéndole
encantadoramente a la señora Hermenegilda.
-
Qué bonitos son vuestros adornos –halagó Vicrogo impresionado—. Adoro
la Navidad y en vuestra casa parece mucho más entrañable.
-
A Shiny no le gusta la Navidad, pero sí los adornos que la representan
–se rio Eros con cariño regresando de la cocina.
-
¿No te gusta la Navidad? –se extrañó Vicrogo.
-
No, no me gusta. Pienso que es una época muy hipócrita y que, para celebrarla,
debe creerse en una religión que no me gusta. Además, casi todos celebran la
Navidad porque es costumbre hacerlo y no porque les salga del corazón –respondí
con nostalgia.
-
Hace poco leí una entrevista a una chica que había escrito un libro
muy interesante sobre vampiros y que opinaba exactamente lo mismo que tú –aportó
Wen sonriéndome impresionado.
-
Sí, es una opinión bastante común –le sonreí también, intentando que
mis ademanes no confesasen lo nerviosa que me sentía. Sabía perfectamente a qué
entrevista se refería.
-
Pues yo pienso que la Navidad es una época muy triste –intervino la
señora Hermenegilda. Entonces me percaté de que, en lugar de estar sentada a la
mesa, se hallaba de pie junto a nosotros—. Me siento sola en Navidad.
-
¿Por qué no come, señora Hermenegilda? –le pregunté extrañada.
-
La señora Hermenegilda nunca come en presencia de alguien que debe
ingerir una comida que ella ha hecho por si acaso le falta algo –me informó
Wen—. Realmente no sabemos si come... Nunca la hemos visto comer –se rió
incómodo.
-
Yo pico cualquier cosa y ya me basta. Mi cuerpo está cansado de comer –se
defendió ella con indiferencia.
«Es una buena excusa para no
comer delante de nuestros invitados», le comuniqué a Eros mediante mis
pensamientos. «Sí, es cierto; pero no podemos imitarla o se darán cuenta», me
contestó divertido.
-
¿Estáis casados? –nos preguntó de pronto la señora Hermenegilda.
-
No, no lo estamos. Pensamos hacerlo el mes que viene... –le comunicó
Eros con felicidad.
-
¡Y ya vivís juntos! –exclamó disgustada—. Estos chicos de hoy van tan
rápido... ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? En mis años mozos, el noviazgo duraba
por lo menos dos años. Ahora no os esperáis ni dos días y ya estáis
compartiendo la cama.
-
¡Señora Hermenegilda! –protesté avergonzada.
-
¿me equivoco o no? ¿Cuánto tiempo has tardado en entregarte a él?
Seguro que ni te hiciste de rogar.
-
Creo que esa pregunta es inadecuada, señora Hermenegilda –apuntó Wen
con culpabilidad.
-
Es cierto. No es de su incumbencia, señora –prosiguió Eros.
-
Va, pero si estamos en confianza... Estas cosas le interesan a todo el
mundo.
-
¡No es cierto! –indiqué tímida.
-
Nos casamos el mes que viene. Ya le basta con saber eso –resolvió Eros
intentando ser cortés.
A pesar de todos los nervios que
había experimentado desde que me había despertado y de algunas palabras
incómodas pronunciadas por la señora Hermenegilda, inesperadamente, aquella
noche se convirtió en una velada infinitamente divertida y mágica. Todos
conversamos animadamente y la confianza que nos dedicábamos se acrecía con el
paso de los segundos. La señora Hermenegilda nos hizo reír con sus antiguas experiencias,
Wen también explicó alguna de sus aventuras, Vicrogo nos contó acerca de su zoo
parque, Diamante y Duclack nos hablaron de sus travesías en barco y Sus nos
refirió anécdotas de su familia y del lugar donde vivía. Eros y yo transformamos
nuestro pasado en relatos que sonasen creíbles, revelándoles que nos habíamos
conocido hacía más de cinco años y que nos enamoramos con tan sólo una mirada.
-
Se ha hecho muy tarde –indicó Sus con culpabilidad—. Tengo que ir a
recoger a los niños y... Debemos irnos.
-
No te preocupes, lo entiendo –le sonreí—. Sí, se ha hecho muy tarde.
-
El tiempo ha pasado sin que me dé cuenta –se rió Wen impresionado.
-
Gracias por venir, por vuestra paciencia y comprensión –les agradeció
Eros con simpatía.
-
No tenéis que agradecernos nada –adujo Vicrogo—. Ha sido una noche
mágica. Espero que podamos repetirla pronto. Me gustaría invitaros a mi casa a
tomar churros con chocolate. Bueno, Sinéad, a ti tendré que hacerte otra cosa –se
rió.
-
No te preocupes por eso –me reí también—. Cuando queráis, podemos ir a
dar un paseo por la ciudad. Ahora está muy bonita...
-
Sí, es cierto –aportó la señora Hermenegilda—, pero hay que abrigarse
mucho.
«¿Es que acaso nunca podremos
librarnos de ella?», me preguntó Eros mediante sus pensamientos. «Qué pesada
es». «Pobre, está muy sola», la defendí intentando no esbozar una dulce
sonrisa.
Cuando se marcharon, me sentí como
si hubiese vivido la noche más tensa y a la vez especial de mis últimos años. Había
merecido la pena experimentar tantos nervios por ellos, pues aquel sentimiento,
a pesar de que me había desorientado y desalentado, me demostraba que,
inesperadamente, me había encariñado con ellos.
-
El esfuerzo ha merecido la pena –le dije a Eros cuando ya lo hubimos
recogido todo.
-
Nuestro esfuerzo en realidad no ha servido para nada –se rió—; pero ha
sido muy divertido cocinar contigo.
-
Gracias por tener tanta paciencia conmigo...
-
Lo que debes agradecerme es que haya tenido paciencia con la señora
Hermenegilda –se rió más libremente mientras me abrazaba.
-
Perdóname por haberte dejado solo; pero no tenía otro remedio...
-
Ha sido divertido, Shiny. Lo que más importa es que confían en
nosotros y que nos aprecian. Me había olvidado de lo hermoso que es que los
humanos te quieran –me confesó con nostalgia.
-
Yo, también...
Y juntos deseamos que aquella
amistad, la que tanto nos enternecía e ilusionaba, se prolongase hasta más allá
del tiempo y que aquella noche no fuese sino el empiece de una serie infinita
de experiencias que cada vez nos unirían más.
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No te puedes llegar a imaginar lo que me he llegado a reír con este capítulo, madre mía. Yo solo riéndome a estas horas de la noche jajajaja. Que divertido ha sido ver a Sinéad y Eros cocinar. La pobre Sinéad no tiene ni idea sobre la cocina, primero propone sopa para la cena (que risa cuando Eros dice que es cutre jajajaja) y luego el bizcocho como primer plato, ¡tela! Lo mal que les sale todo, menudo desastre. Encima, va y se trae comida del MC Donalds, ¡de cuatro tenedores! Jajajaja. Ah, y con el agua del grifo pensaba que tendrían suficiente . Pero sin embargo, ellos no son delicados y han disfrutado la comida (Sus agradecida que se haya acordado de que es vegetariana) y su compañía. Cuando dice Amorfos tubérculos creía que me moría de la risa, y el pesimismo de ella mientras cocinaba mientras que Eros intentaba animarla. "Maldita mujer", que risa cuando llama así a Hermenegilda, ¡esa mujer es la monda! ¡Haced sitio! Decía con los platos bien cargados jajajaja, y cuando dice "me siento sola en Navidad" de pie, me partía de la risa. Me la imaginaba pensativa de pie y todos sin saber que decir. Que encima la mujer no come...¿Teniendo una pasa nos invitáis a cenar? Tiene una lengua de víbora. Además hace preguntas impertinentes y muy personales...¡no quiero conocer a una mujer así en al vida! Jajajajajajaja. Por otro lado, me encanta la complicidad entre Sinéad y Eros. Se les ve muy unidos y muy felices juntos. Con los demás han hecho migas. Momento tenso cuando Wen hace referencia a la escritora que criticó la Navidad...no sabe que es ella y que es una vampiresa. Un capítulo muy divertido, me lo he pasado pipa. ;-)
¡Muchas gracias por tu comentario! Es grato leerlo nada más despertar... Me he reído con las cosas que te han hecho gracia. ¡Sí, ha sido un capítulo muy tenso para todos! Pero al final ha acabado bien. La señora Hermenegilda les traerá más de un quebradero de cabeza... ¡Es una mujer que no tiene reparos en hablar! A mí también me dan pena cuando no saben cocinar, pero a la vez es algo bonito porque eso quiere decir que ellos les importan y quieren hacerlo perfectamente bien. ¡A ver cuál es la próxima aventura!
¡Qué divertida la cena! Me he reído un montón leyendo los preparativos de Sinéad y Eros. No tenían ni idea de cocinar, jajajaja ¡Qué risa con algunos de sus comentarios y cuando se han quedado sin cena!.
Me gusta observar la relación de Sinéad y Eros, como aún no conozco toda su historia, me llama la atención cada gesto y detalle entre ellos, que me hace descubrir un poco su relación. La trata con mucho cariño,bromean y le da la seguridad que ella necesita. Me gusta mucho la pareja que forman y me hace gracia que estén tan actualizados a los tiempos de ahora con internet y whatsapp.
En cuanto a la señora Hermenegilda, al final hasta les va a dar penilla a todos, la pobre se siente muy sola en Navidad y tampoco la han visto nunca comer, porque se le hace poco ofrecer todo a los demás. Es una pesada pero tiene un buen fondo.
Al final la cena, con comida del Mc Donnalds y muchos nervios, ha resultado muy especial para todos.
Me encanta cuando interviene Wen o algún otro de los personajes o hablas de ellos, sus palabras y pensamientos son perfectos para cada uno de los personajes. También me gustan las palabras de Sinéad desde la inocencia a veces o su amor por la Tierra.
Mención aparte, para la narración tan exquisita del texto y la frescura de los diálogos. Las palabras en tus manos brotan como una melodía perfecta y maravillosa para todos los sentidos.
Quedo a la espera de nuevas aventuras, que estoy segura que pronto surgirán.
Muchísimas gracias por tu comentario, siempre me haces sentir muy especial y creer más firmemente que todo lo que escribo merece la pena. Sí, esta entrada es muy divertida y a la vez tensa. Me resulta curioso cómo percibes la relación entre Eros y Sinéad, pues yo tengo una idea de lo que ha ocurrido y pienso que a lo mejor desde fuera, si no se conoce perfectamente la historia, apenas podrá percibirse lo que hay entre ellos, y tú me demuestras que en absoluto es así. Me gusta mucho también utilizar vuestros personajes, hacerlos hablar y que intervengan, lo que pasa es que en esta entrada apenas han tenido palabras porque entonces se alargaría mucho. A ver qué pasa en la próxima. Sí, la sseñora Hermenegilda tiene facetas que nadie conoce... Sí, tiene buen fondo. Espero que la próxima historia llegue pronto. ¡Gracias por tus palabras! Un besito.
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