lunes, 2 de diciembre de 2013

LA CENA


LA CENA
                Era la primera vez que utilizaba la alarma de mi iPhone. Nunca la había necesitado, pues jamás había tenido que despertarme para cumplir una obligación; pero aquella tarde era especial. No quería que el sueño me alejase irremediablemente del transcurso de las horas. Tenía que vivir plenamente cada instante para convertirlo en el principio de una noche que debía ser entrañable.
                Para que mi sueño no se turbase subrepticia y desagradablemente, había escogido el sonido más tierno y melódico. Se trataba de unos cortos acordes nacidos de las cuerdas de un arpa. No obstante, pese a la delicadeza de aquel sonido, me desperté infinitamente asustada y desconcertada. Eros todavía dormía a mi lado, lo  cual me satisfizo, pues no quería que se despertase de una forma tan brusca. Intentando no hacer ruido, me vestí y salí de nuestra alcoba para comenzar a prepararlo todo para aquella noche. Era la primera vez que invitaba a unos humanos a comer a mi casa y deseaba que todo saliese perfectamente.
-          ¿Adónde vas, Shiny? –me preguntó de pronto cuando caminaba por el pasillo.
-          Vaya, no quería despertarte –me lamenté volviendo a la alcoba y sentándome después a su lado.
-          Buenas noches, ¿no? –me sonrió cariñosamente mientras me abrazaba—. ¿Por qué te has despertado tan pronto? Ni siquiera son las cuatro de la tarde...
-          ¿NO te acuerdas de que invitamos a cenar a nuestros vecinos? Tenemos que prepararlo todo –le recordé tras besarlo en los labios con todo mi amor—. No podemos demorarnos más.
-          ¿A qué hora vienen? –quiso saber un poco más nervioso.
-          A las siete.
-          ¿A las siete? Shiny, tenemos que comprarlo todo para la cena y encima debemos hacerla. No nos dará tiempo –me comunicó inquieto.
-          No te preocupes por eso...
-          ¿Cómo iremos a comprarlo todo? ¡Todavía es de día!
-          No tardará en anochecer, amor mío. Mientras cae la tarde, podemos decorar nuestro hogar con adornos navideños –le propuse ilusionada.
-          Pero si tú odias la Navidad, Shiny –se rió.
-          Les extrañará no ver nuestro pisito adornado... Ellos lo tienen muy bonito, Eros. Han puesto en el salón un árbol precioso con luces y han colocado velas...
-          Está bien, pero ya me dirás de dónde pretendes sacar los adornos –se rió mientras salía del lecho para vestirse.
-          Los compraremos.
-          Pero, Shiny, es lo mismo –se rió más estridentemente—. Estás tan nerviosa que te olvidas de que no podemos vagar bajo el sol –seguía riéndose.
-          Sí, es cierto, estoy muy nerviosa. No tengo ni la menor idea de qué podemos cocinar ni cómo preparar algo que esté bueno. No he cocinado nunca, nunca –me lamenté sobrecogida.
-          No entiendo por qué no les has propuesto dar un paseo por la ciudad para ver las luces que han puesto en lugar de invitarlos a cenar –me recriminó con cariño.
-          No sé... No quería que... ¡No lo sé! –exclamé cubriéndome el rostro con las manos.
-          No temas. Lo haremos bien. Buscaremos recetas en internet.
-          De acuerdo.
Me parecía que las agujas del reloj cada vez se movían más rápidamente sin que nosotros hubiésemos decidido todavía la comida que cocinaríamos. Eros buscaba tranquilamente algunas recetas mientras yo ordenaba nuestra alcoba y expulsaba el poco polvo que se había acumulado en los rincones.
-          ¿Por qué no les hacemos sopa?
-          ¿Sopa? –me preguntó extrañado, intentando no reírse.
-          Sus es vegetariana. No podemos cocinar carne... La sopa le gusta a todo el mundo.
-          ¿Sopa, Shiny? ¿Se haya visto comida más cutre?
-          No es cutre. Cuando yo era humana, la sopa era lo que más me gustaba. No te imaginas lo placentero que era tomar algo calentito cuando...
-          Shiny, pero ahora las cosas han cambiado. Mira, haremos un bizcocho de chocolate, macarrones a la carbonara y una tortilla de patatas con cebolla –resolvió alzándose de la silla y apagando el ordenador—. Ahora te haré una lista con los ingredientes que debes comprar.
-          O sea... pondremos: de primer plato, bizcocho de chocolate; de segundo, la tortilla, y de tercero...
-          ¡No, no, no, Shiny! –se rió estridentemente.
-          ¿Qué ocurre? –le pregunté extrañada.
-          El bizcocho es el postre, cariño, es lo último que se come.
-          La señora Hermenegilda dijo que traería...
-          ¿La señora Hermenegilda viene? –me interrogó escandalizado.
-          Se autoinvitó.
-          Maldita mujer...
-          NO seas malo –me reí—. Al menos traerá no sé que de pudin con rosquillas. Si nuestra comida sale mal, siempre nos quedará su benevolencia –me reí más libremente.
-          ¿Y nosotros qué comeremos? –me preguntó pícaramente acercándose a mí.
-          Nada...
-          ¿Y cómo piensas convencerlos de que no necesitamos comer, eh? –me cuestionó meloso.
-          Ya se nos ocurrirá algo...
-          Sí, sobre todo a ti. Mejor deja que hable yo –me pidió separándose de mí tras besarme en la frente—. Ahora te redactaré la lista de la compra...
-          ¿No vendrás conmigo? –le pregunté asustada.
-          Pensaba ir a comprar los adornos navideños. De eso yo entiendo más que tú.
-          Sí... pero... no sé si yo...
-          Sólo tienes que buscar lo que yo te escribiré en este papel, Shiny. No es tan difícil –se rió con cariño.
Cuando Eros me hubo entregado la primera lista de la compra que yo leía en mi vida, me pareció que ésta era demasiado larga y enrevesada; pero no se lo comuniqué. Tras ponerme mi abrigo de terciopelo negro, salí de nuestro hogar y me dirigí hacia el supermercado rogando continuamente que todo saliese insuperablemente bien.
La noche avanzaba ya sobre las hermosas luces que hacían brillar las calles. Aquella oscuridad me demostraba que la hora en la que debíamos reencontrarnos cada vez estaba más cerca. Intenté que aquella certeza no me desalentase ni me pusiese más nerviosa de lo que me sentía.
Lamentablemente, tardé más de una hora en conseguir comprar todo lo que necesitábamos, pues era la primera vez que compraba alimentos en un supermercado y no tenía ni la más sutil noción de la distribución de los pasillos y de dónde se hallaba cada artículo. Durante todo aquel tiempo, Eros no cesó de enviarme “whatsapps” preguntándome si estaba bien, cuánto me quedaba y si necesitaba que viniese a ayudarme. Yo no le había contestado ni un solo mensaje, pues entonces el tiempo huiría de mis manos sin que yo pudiese detenerlo. Cuando al fin llegué a casa, me encontré a Eros sentado nervioso en el sofá. Me apercibí de que había adornado todos los rincones de nuestro pisito con figuras y cintas navideñas muy hermosas y resplandecientes. También había comprado un enorme árbol blanco y negro que había decorado con bolas y luces de colores.
-          ¡Qué hermoso! –me reí satisfecha.
-          Me alegro de que te guste. Shiny, son las seis y media de la tarde. ¿Cómo pretendes que cocinemos un bizcocho, una tortilla y macarrones en menos de media hora? –me preguntó alarmado.
-          ¿Las seis y media? Oh, no...
-          No podemos perder más tiempo. A ver... ¿esto es todo lo que has comprado? –me cuestionó arrebatándome delicadamente las bolsas de plástico que sostenía—. Muy bien... He leído más de diez veces el procedimiento que debemos seguir para prepararlo todo.
-          Menos mal –suspiré aliviada.
-          Pero creo que no podremos hacer el bizcocho –me comunicó con primor.
-          ¿Por qué?
-          Porque, después de sacarlo del horno, debemos dejar que se enfríe, Shiny. Creo que tendremos que hacerlo otro día.
-          ¿No se puede comer caliente?
-          En internet pone que no...
A pesar de que aquello me desalentó muchísimo, no protesté, sino que ayudé a Eros en todo lo que me pedía. No podía evitar que todos los ingredientes que utilizamos para preparar aquella comida que ni siquiera podíamos aspirar me hiciesen sentir una repugnancia insoportable. Tuve que esforzarme en no respirar y en convencerme de que todo lo que tañían mis manos y veían mis ojos procedía de la tierra más hermosa del planeta, pues entonces vomitaría sin que nada pudiese impedirlo.
-          Qué asco me dan los huevos –exclamé con repulsión.
-          Ya, son repugnantes –me confirmó.
-          ¿Por qué todo olerá tan mal? Quizá me haya equivocado y haya comprado alimentos caducados...
-          En los supermercados no venden alimentos caducados, Shiny –se rió.
La hora se acercaba cada vez más, y nosotros ni siquiera teníamos hecha la tortilla. Los nervios que experimentaba se acrecían conforme los minutos pasaban y percibía que aún nos faltaban muchísimos pasos para terminar de preparar aquella desastrosa cena.
-          Queda muchísimo –protesté viendo cómo la pasta se cocía—. No nos dará tiempo.
-          No, no nos dará tiempo si, en lugar de cortar patatas, te dedicas a lamentarte continuamente –me ordenó divertido señalándome esos amorfos tubérculos.
-          Ya lo sé.
Pelamos y cortamos las patatas lo más rápido que pudimos, lo freímos todo lo mejor posible, preparamos la salsa para los macarrones como si aquel momento fuese el último suspiro de nuestra vida... Creíamos que la cocina explotaría. La casa estaba llenándose de humo y apenas podíamos respirar; pero nosotros no nos deteníamos. Cocinábamos como si se agotase el tiempo de la vida de la Tierra ignorando plenamente las inquietantes percepciones que nuestros sentidos nos ofrecían.
-          ¡Abre la ventana o cuando vengan se asfixiarán! –me ordenó Eros nervioso intentando gritar mucho más que la voz del aceite hirviendo.
-          ¿Por qué cocinar es algo tan desagradable y difícil? –me pregunté desalentada—. ¡Son casi las siete y eso que estás haciendo parece cualquier cosa menos una tortilla! —le recriminé con ganas de llorar.
-          ¿Y qué piensas que es una tortilla, Shiny? Esto es una tortilla –me indicó alzando la sartén para que viese aquella cosa rara que estaba cocinando.
-          ¡Eso parece puré en vez de una tortilla!
Porque no está terminada, Shiny –se rió con paciencia.
-          ¡Y estos macarrones...! ¡Parecen gusanos nadando en lava...! ¡Qué asco! Está saliendo horriblemente mal, Eros... –me quejé a punto de ponerme a llorar. Los ojos ya se me habían llenado de lágrimas.
-          No, no está saliendo tan mal, Shiny. Quita ya la olla del fuego, anda –me mandó con paciencia.
-          ¡No me digas que tendrán que comerse esto! –le pregunté disgustada.
-          A ti te parece asqueroso, pero a los humanos les encanta la pasta a la carbonara. Te ha salido mejor de lo que piensas.
-          ¿Y ahora qué tengo que hacer?
-          Servirlo en platos –me contestó como si aquella respuesta fuese demasiado evidente—. No creerás que deben comer en la olla –divagó divertido.
-          Yo pensaba que... No importa...
-          ¿Qué pensabas?
-          Pensaba que cada uno se servía lo que deseaba.
-           La idea no está mal, pero queda mejor que ya vean los platos servidos. Pondremos la tortilla en medio de la mesa partida en fracciones.
-          Vaya asco de comida –me reí incómoda intentando no llorar.
-          ¿Por qué? —se rió estridentemente.
-          Porque es muy cutre: pasta y tortilla... En ninguna película sale este menú tan simple.
-          Es simple, es verdad, pero es lo que más les gusta a los humanos.
-          ¡Y Sus es vegetariana!
-          ¡Pero si no hemos hecho carne!
-          Pero los huevos provienen de un animal...
-          Bah, Shiny, no creo que sea tan exigente.
-          No me he percatado de ese detalle... Ay, no...
-          No pasa nada...
-          Y a la salsa de los macarrones le hemos puesto carne, también.
-          Pero puede quitarla, Shiny –me avisó con paciencia. Me pregunté cómo era posible que no la hubiese perdido ya.
-          Somos unos anfitriones malísimos...
-          Sirve ya la pasta en los platos que he puesto en la mesa, por favor.
-          De acuerdo.
Intentando no perder tiempo, me desplacé rápidamente hacia el salón, donde Eros había adornado la mesa con un mantel rojo y cubiertos dorados. Estaba tan concentrada en impedir que la comida se me derramase que no me apercibí de que Eros había conectado el cable de las luces de nuestro árbol de Navidad en el enchufe que había al lado de la puerta del comedor. Éste se me enredó en los pies, haciéndome tropezar. Al perder el equilibrio, la olla se me escurrió de entre las manos y cayó al suelo, volcando todo su contenido. El estruendo que realizó al estrellarse contra el suelo no me ensordeció tanto como ver que todo mi esfuerzo quedaba desparramado por el suelo, manchándolo todo.
-          ¿Qué ha pasado, Shiny? –me preguntó Eros asustado.
-          ¡Maldita sea...! –exclamé llorando sin poder evitarlo.
-          ¡Oh, no, Shiny! –gritó de pronto al ver aquel desastre.
-          ¿Y ahora qué haremos?
-          ¡Lo primero que tenemos que hacer es limpiar esta catástrofe! —me advirtió agachándose y tomándome del brazo para ayudarme a levantarme.
-          ¡Soy una inútil, Eros! –lloré sin poder evitarlo abrazándome a él.
-          No eres ninguna inútil. Cualquiera puede tener un accidente, amor mío. NO te preocupes. Pediremos comida china. ¿Sabes por qué olía tanto a humo? Pues porque se me había quemado la tortilla. Yo también soy un desastre –me comunicó comprensivamente.
Justo entonces el timbre sonó, agravando aquella desastrosa situación e intensificando las ganas de llorar que experimentaba. Me alcé rápidamente del suelo y recogí la olla que se me había caído tan catastróficamente. Eros me miraba con compasión y divertimento mientras se dirigía hacia la galería para traer los objetos necesarios para limpiar aquel desbarajuste.
-          Es la señora Hermenegilda –le informé nerviosa e intentando que mi voz sonase clara.
-          ¿Cómo lo sabes?
-          Porque la huelo. Ay, dios mío, ¡ni siquiera nos ha dado tiempo a poner nada en la mesa! ¡Y tampoco me he alimentado!
-          Deberías hipnotizarla y ordenarle que venga más tarde. No te pongas tan nerviosa, Shiny. Todo tiene solución, amor mío. Mientras la hipnotizas y vas a alimentarte, yo iré a buscar comida hecha a cualquier sitio.  No te preocupes.
Mientras Eros me dedicaba aquellas palabras tan consoladoras y alentadoras, el timbre no cesaba de sonar. Al fin, sintiéndome un poco más segura y calmada, me dirigí hacia la puerta y la abrí con serenidad, esbozando una brillante y simpática sonrisa.
-          Buenas noches, señora Hermenegilda –la saludé tratando de ocultar mis nervios.
-          No sé si he llegado demasiado pronto –empezó a hablar adentrándose sin permiso en mi casa—. Como no abrías la puerta, me pensaba que os habíais ido. He traído torrijas y pudin...
-          Señora Hermenegilda, por favor... ¿Puede...?
-          Ay, por supuesto. Toma mi abrigo y el bolso. Espero que tengas una percha que soporte grandes pesos.
-          Pero ¿qué lleva aquí dentro? –le pregunté extrañada.
-          Nunca se sabe, hija. ¿Dónde hay una silla? Necesito sentarme.
-          Será mejor que espere aquí un momento. Todavía no...
-          ¿Todavía no tenéis hecha la cena?
-          Pues es que... hemos tenido un accidente y... –intenté explicarle con calma, mas ella ya no me escuchaba. Se dirigía sin mi permiso hacia el salón, donde Eros aún limpiaba el desastre que yo había causado—. Señora Hermenegilda, por favor...
-          Pero ¿qué ha ocurrido aquí? Desde luego, estos chicos de hoy ya no saben cocinar. A ver, ¿dónde tenéis la cocina? Ahí, ¿no? Este piso es igual que el de la señorita sus. Pues aquí está la señora Hermenegilda para solucionar vuestros problemas... ¡Pero qué es esto! –exclamó de pronto desde la cocina.
-          Es un intento de tortilla –le contestó Eros con calma mientras me dirigía una mirada anegada en fastidio y desaliento.
-          Quizá nos ayude –le propuse susurrando.
-          Se supone que es una invitada. Los invitados no ayudan, Shiny.
-          ¿Qué más da? Lo hará de todo corazón.
-          ¡Pero si no tenéis nada en la nevera! –declaró a gritos completamente sorprendida.
-          ¿No has comprado ni siquiera bebidas, Shiny? –me preguntó asustado.
-          No... Pensé que con el agua del grifo ya les bastaba...
-          NO se preocupe, señora Hermenegilda. Ahora mismo salgo a comprar bebidas y... –divagó Eros dirigiéndose hacia la puerta.
-          Aguarda, no te vayas, por favor. Se supone que la que tiene que irse soy yo, pues debo alimentarme. Siento arder mis ojos.
-          Es cierto. ¿Sabrás comprar bebidas?
-          Sí –mentí—. Sé que los humanos beben coca-cola y líquidos insalubres.
-          Ve lo más rápido que puedas. Pásate por cualquier restaurante y pide comida para llevar, lo que sea.
-          Sus es vegetariana.
-          ¡Ay, Shiny! ¡No tenemos suficiente con hacer comida para todos que...!
-          Es una invitada tan honorable e importante como los demás –le recordé con pena.
-          Lo sé, Shiny, si yo no digo lo contrario, pero es que eso lo empeora todo...
-          No te preocupes.
-          ¿Ni siquiera tenéis aceite? –intervino nuevamente a gritos la señora Hermenegilda—. ¿Pero cómo narices sobrevivís?
-          Duérmela o haz lo que sea mientras no llego –le recomendé ya saliendo por la puerta.
-          Esto no es real, esto no es real –se dijo a sí mismo mientras se dirigía hacia la cocina.
Me alimenté apenas sin saborear la sangre; tras lo cual, me sumergí en la búsqueda de algún restaurante que me permitiese llevarme comida preparada. El único que encontré fue el McDonald’s. Me esforcé en pedir las hamburguesas, patatas y ensaladas más suculentas. Mientras regresaba medianamente satisfecha a mi hogar, Eros me llamó más de seis veces por el móvil; pero yo no podía perder tiempo en contestar a su llamada.
-          ¡Al fin! –exclamó cuando llegué—. Ya han llegado, Shiny.
-          No puede ser.
-          La señora Hermenegilda ha salido a comprar, según ha dicho, género y está haciendo un cocido.
-          ¿Género? –le pregunté totalmente extrañada—. ¿Qué es eso?
-          No lo sé, Shiny –me contestó desalentado—. Sus, Wen, Duclack, Vicrogo y Diamante están en el salón.
-          Qué lástima. Deseaba presentaros serenamente.
-          Pues no ha podido ser. ¿Qué has traído? ¡No me digas que has traído comida del McDonald’s...! –susurró asustado.
-          Es lo único que he encontrado, Eros.
-          Qué cutre, Shiny –se rió disgustado.
-          ¿Y qué querías que hiciese? Por lo menos la señora Hermenegilda está cocinando algo decente.
-          Pasa ya. Todos te esperan.
Oí que todos reían y conversaban animadamente en el salón, lo cual me sosegó profundamente, pues creía que estarían infinitamente disgustados por nuestro desastre. Cuando me adentré en el comedor, me miraron de una forma divertida y muy simpática.
-          Disculpadme por la tardanza, pero es que...
-          ¡Has traído comida del McDonald’s! –exclamó Wen entusiasmado—. Hace siglos que no me como una hamburguesa.
-          También he traído patatas y ensalada para Sus –les informé colocando la comida encima de la mesa.
-          Gracias por acordarte de mí, Sinéad –me dijo Sus.
-          La señora Hermenegilda está haciendo cocido. Creo que nadie se lo comerá –se rió Diamante—. Yo prefiero las hamburguesas.
-          Siento mucho no haberos preparado algo más suculento... pero es que hemos tenido muchos problemas con la cocina y... –intenté disculparme.
-          ¡El único problema que han tenido es que no saben cocinar! –exclamó la señora Hermenegilda desde la cocina—. ¡No tenían nada en la nevera!
-          Hace poco que se mudaron. Es comprensible que apenas tengan nada –nos defendió Wen.
-          Siempre que vengo aquí, como cocido, así que te agradezco que hayas traído algo distinto –me comunicó Duclack.
-          Gracias por vuestra comprensión –les dije cerrando con fuerza los ojos. Tenía ganas de llorar.
-          No tienes que agradecernos nada. Lo importante es el detalle de habernos invitado a vuestra casa –intervino Vicrogo con cariño.
-          Sí, pero queríamos que fuese algo más especial... –adujo Eros.
-          No os preocupéis –nos pidieron todos al mismo tiempo, lo cual nos hizo reír.
-          ¡Ya vienen los platos de cocido! –informó a gritos la señora Hermenegilda portando en sus manos dos platos humeantes y rebosantes de comida—. ¡Haced sitio, haced sitio!
-          Dios mío –susurré cuando me apercibí de que a Eros y a mí también nos pertenecía un enorme plato lleno de comida.
-          Sinéad, ¿puedo hablar contigo un momento? –me pidió Eros con paciencia y cariño.
-          Por supuesto.
-          ¿Se puede saber cómo saldremos triunfantes de esta situación? Bien sabes que no podemos comer –me advirtió cuando ya nos hallamos en nuestra alcoba.
-          Pues... los engañaremos alegando que nos encontramos mal del estómago y que preferimos comernos el cocido mañana... ¡No sé! –exclamé asustada
-          ¿Por qué no se te ocurrió invitarlos a dar un paseo por la ciudad? ¿Por qué te metiste en este berenjenal?
-          Me sentía incómoda y busqué cualquier cosa para... Lo siento –me disculpé con una voz temblorosa—. Ha sido un desastre.
-          Puede seguir siéndolo si no somos audaces, Shiny.
-          Yo sólo quería ser amable con ellos.
-          Y lo entiendo, de veras; pero no vuelvas a invitarlos a cenar, por favor, ¿de acuerdo?
-          ¿Qué os pasa, tortolitos? –preguntó a gritos la señora Hermenegilda—. ¡Los arrumacos son para luego!
-          Y esta mujer lo empeora todo... –masculló Eros nervioso.
-          Es una señora mayor. Tal vez quiera irse pronto a dormir –propuse esperanzada.
-          Ésta no se irá ni siquiera habiendo un terremoto.
Aunque nos sintiésemos asustados y nerviosos, regresamos al salón y nos sentamos en la silla que nos correspondía. La señora Hermenegilda, con infinita amabilidad, había traído cuatro sillas de su casa para que todos pudiésemos sentarnos alrededor de la mesa.
-          Lo sentimos mucho, pero nosotros no comeremos –informó Eros con paciencia y serenidad—. No nos encontramos bien del estómago y...
-          ¿Teniendo una pasa nos habéis invitado a cenar? –preguntó desafiante la señora Hermenegilda.
-          No tenemos ninguna pasa. Simplemente, al mediodía comimos algo que no nos sentó bien y... –prosiguió Eros.
-          Si eso, voy a mi casa a por manzanilla. Me he dado cuenta de que no tenéis ni una sola hierba –nos ofreció la señora Hermenegilda.
-          No, gracias –le contesté educadamente.
-          Nos comeremos el cocido mañana –resolvió Eros alzándose de la mesa y llevándose nuestros platos—. Mañana lo saborearemos con más placer –dijo sonriéndole encantadoramente a la señora Hermenegilda.
-          Qué bonitos son vuestros adornos –halagó Vicrogo impresionado—. Adoro la Navidad y en vuestra casa parece mucho más entrañable.
-          A Shiny no le gusta la Navidad, pero sí los adornos que la representan –se rio Eros con cariño regresando de la cocina.
-          ¿No te gusta la Navidad? –se extrañó Vicrogo.
-          No, no me gusta. Pienso que es una época muy hipócrita y que, para celebrarla, debe creerse en una religión que no me gusta. Además, casi todos celebran la Navidad porque es costumbre hacerlo y no porque les salga del corazón –respondí con nostalgia.
-          Hace poco leí una entrevista a una chica que había escrito un libro muy interesante sobre vampiros y que opinaba exactamente lo mismo que tú –aportó Wen sonriéndome impresionado.
-          Sí, es una opinión bastante común –le sonreí también, intentando que mis ademanes no confesasen lo nerviosa que me sentía. Sabía perfectamente a qué entrevista se refería.
-          Pues yo pienso que la Navidad es una época muy triste –intervino la señora Hermenegilda. Entonces me percaté de que, en lugar de estar sentada a la mesa, se hallaba de pie junto a nosotros—. Me siento sola en Navidad.
-          ¿Por qué no come, señora Hermenegilda? –le pregunté extrañada.
-          La señora Hermenegilda nunca come en presencia de alguien que debe ingerir una comida que ella ha hecho por si acaso le falta algo –me informó Wen—. Realmente no sabemos si come... Nunca la hemos visto comer –se rió incómodo.
-          Yo pico cualquier cosa y ya me basta. Mi cuerpo está cansado de comer –se defendió ella con indiferencia.
«Es una buena excusa para no comer delante de nuestros invitados», le comuniqué a Eros mediante mis pensamientos. «Sí, es cierto; pero no podemos imitarla o se darán cuenta», me contestó divertido.
-          ¿Estáis casados? –nos preguntó de pronto la señora Hermenegilda.
-          No, no lo estamos. Pensamos hacerlo el mes que viene... –le comunicó Eros con felicidad.
-          ¡Y ya vivís juntos! –exclamó disgustada—. Estos chicos de hoy van tan rápido... ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? En mis años mozos, el noviazgo duraba por lo menos dos años. Ahora no os esperáis ni dos días y ya estáis compartiendo la cama.
-          ¡Señora Hermenegilda! –protesté avergonzada.
-          ¿me equivoco o no? ¿Cuánto tiempo has tardado en entregarte a él? Seguro que ni te hiciste de rogar.
-          Creo que esa pregunta es inadecuada, señora Hermenegilda –apuntó Wen con culpabilidad.
-          Es cierto. No es de su incumbencia, señora –prosiguió Eros.
-          Va, pero si estamos en confianza... Estas cosas le interesan a todo el mundo.
-          ¡No es cierto! –indiqué tímida.
-          Nos casamos el mes que viene. Ya le basta con saber eso –resolvió Eros intentando ser cortés.
A pesar de todos los nervios que había experimentado desde que me había despertado y de algunas palabras incómodas pronunciadas por la señora Hermenegilda, inesperadamente, aquella noche se convirtió en una velada infinitamente divertida y mágica. Todos conversamos animadamente y la confianza que nos dedicábamos se acrecía con el paso de los segundos. La señora Hermenegilda nos hizo reír con sus antiguas experiencias, Wen también explicó alguna de sus aventuras, Vicrogo nos contó acerca de su zoo parque, Diamante y Duclack nos hablaron de sus travesías en barco y Sus nos refirió anécdotas de su familia y del lugar donde vivía. Eros y yo transformamos nuestro pasado en relatos que sonasen creíbles, revelándoles que nos habíamos conocido hacía más de cinco años y que nos enamoramos con tan sólo una mirada.
-          Se ha hecho muy tarde –indicó Sus con culpabilidad—. Tengo que ir a recoger a los niños y... Debemos irnos.
-          No te preocupes, lo entiendo –le sonreí—. Sí, se ha hecho muy tarde.
-          El tiempo ha pasado sin que me dé cuenta –se rió Wen impresionado.
-          Gracias por venir, por vuestra paciencia y comprensión –les agradeció Eros con simpatía.
-          No tenéis que agradecernos nada –adujo Vicrogo—. Ha sido una noche mágica. Espero que podamos repetirla pronto. Me gustaría invitaros a mi casa a tomar churros con chocolate. Bueno, Sinéad, a ti tendré que hacerte otra cosa –se rió.
-          No te preocupes por eso –me reí también—. Cuando queráis, podemos ir a dar un paseo por la ciudad. Ahora está muy bonita...
-          Sí, es cierto –aportó la señora Hermenegilda—, pero hay que abrigarse mucho.
«¿Es que acaso nunca podremos librarnos de ella?», me preguntó Eros mediante sus pensamientos. «Qué pesada es». «Pobre, está muy sola», la defendí intentando no esbozar una dulce sonrisa.
Cuando se marcharon, me sentí como si hubiese vivido la noche más tensa y a la vez especial de mis últimos años. Había merecido la pena experimentar tantos nervios por ellos, pues aquel sentimiento, a pesar de que me había desorientado y desalentado, me demostraba que, inesperadamente, me había encariñado con ellos.
-          El esfuerzo ha merecido la pena –le dije a Eros cuando ya lo hubimos recogido todo.
-          Nuestro esfuerzo en realidad no ha servido para nada –se rió—; pero ha sido muy divertido cocinar contigo.
-          Gracias por tener tanta paciencia conmigo...
-          Lo que debes agradecerme es que haya tenido paciencia con la señora Hermenegilda –se rió más libremente mientras me abrazaba.
-          Perdóname por haberte dejado solo; pero no tenía otro remedio...
-          Ha sido divertido, Shiny. Lo que más importa es que confían en nosotros y que nos aprecian. Me había olvidado de lo hermoso que es que los humanos te quieran –me confesó con nostalgia.
-          Yo, también...
Y juntos deseamos que aquella amistad, la que tanto nos enternecía e ilusionaba, se prolongase hasta más allá del tiempo y que aquella noche no fuese sino el empiece de una serie infinita de experiencias que cada vez nos unirían más.

4 comentarios:

Wensus dijo...

No te puedes llegar a imaginar lo que me he llegado a reír con este capítulo, madre mía. Yo solo riéndome a estas horas de la noche jajajaja. Que divertido ha sido ver a Sinéad y Eros cocinar. La pobre Sinéad no tiene ni idea sobre la cocina, primero propone sopa para la cena (que risa cuando Eros dice que es cutre jajajaja) y luego el bizcocho como primer plato, ¡tela! Lo mal que les sale todo, menudo desastre. Encima, va y se trae comida del MC Donalds, ¡de cuatro tenedores! Jajajaja. Ah, y con el agua del grifo pensaba que tendrían suficiente . Pero sin embargo, ellos no son delicados y han disfrutado la comida (Sus agradecida que se haya acordado de que es vegetariana) y su compañía. Cuando dice Amorfos tubérculos creía que me moría de la risa, y el pesimismo de ella mientras cocinaba mientras que Eros intentaba animarla. "Maldita mujer", que risa cuando llama así a Hermenegilda, ¡esa mujer es la monda! ¡Haced sitio! Decía con los platos bien cargados jajajaja, y cuando dice "me siento sola en Navidad" de pie, me partía de la risa. Me la imaginaba pensativa de pie y todos sin saber que decir. Que encima la mujer no come...¿Teniendo una pasa nos invitáis a cenar? Tiene una lengua de víbora. Además hace preguntas impertinentes y muy personales...¡no quiero conocer a una mujer así en al vida! Jajajajajajaja. Por otro lado, me encanta la complicidad entre Sinéad y Eros. Se les ve muy unidos y muy felices juntos. Con los demás han hecho migas. Momento tenso cuando Wen hace referencia a la escritora que criticó la Navidad...no sabe que es ella y que es una vampiresa. Un capítulo muy divertido, me lo he pasado pipa. ;-)

Marina Glimtmoon dijo...

¡Muchas gracias por tu comentario! Es grato leerlo nada más despertar... Me he reído con las cosas que te han hecho gracia. ¡Sí, ha sido un capítulo muy tenso para todos! Pero al final ha acabado bien. La señora Hermenegilda les traerá más de un quebradero de cabeza... ¡Es una mujer que no tiene reparos en hablar! A mí también me dan pena cuando no saben cocinar, pero a la vez es algo bonito porque eso quiere decir que ellos les importan y quieren hacerlo perfectamente bien. ¡A ver cuál es la próxima aventura!

Duclack dijo...

¡Qué divertida la cena! Me he reído un montón leyendo los preparativos de Sinéad y Eros. No tenían ni idea de cocinar, jajajaja ¡Qué risa con algunos de sus comentarios y cuando se han quedado sin cena!.
Me gusta observar la relación de Sinéad y Eros, como aún no conozco toda su historia, me llama la atención cada gesto y detalle entre ellos, que me hace descubrir un poco su relación. La trata con mucho cariño,bromean y le da la seguridad que ella necesita. Me gusta mucho la pareja que forman y me hace gracia que estén tan actualizados a los tiempos de ahora con internet y whatsapp.
En cuanto a la señora Hermenegilda, al final hasta les va a dar penilla a todos, la pobre se siente muy sola en Navidad y tampoco la han visto nunca comer, porque se le hace poco ofrecer todo a los demás. Es una pesada pero tiene un buen fondo.
Al final la cena, con comida del Mc Donnalds y muchos nervios, ha resultado muy especial para todos.
Me encanta cuando interviene Wen o algún otro de los personajes o hablas de ellos, sus palabras y pensamientos son perfectos para cada uno de los personajes. También me gustan las palabras de Sinéad desde la inocencia a veces o su amor por la Tierra.
Mención aparte, para la narración tan exquisita del texto y la frescura de los diálogos. Las palabras en tus manos brotan como una melodía perfecta y maravillosa para todos los sentidos.
Quedo a la espera de nuevas aventuras, que estoy segura que pronto surgirán.

Marina Glimtmoon dijo...

Muchísimas gracias por tu comentario, siempre me haces sentir muy especial y creer más firmemente que todo lo que escribo merece la pena. Sí, esta entrada es muy divertida y a la vez tensa. Me resulta curioso cómo percibes la relación entre Eros y Sinéad, pues yo tengo una idea de lo que ha ocurrido y pienso que a lo mejor desde fuera, si no se conoce perfectamente la historia, apenas podrá percibirse lo que hay entre ellos, y tú me demuestras que en absoluto es así. Me gusta mucho también utilizar vuestros personajes, hacerlos hablar y que intervengan, lo que pasa es que en esta entrada apenas han tenido palabras porque entonces se alargaría mucho. A ver qué pasa en la próxima. Sí, la sseñora Hermenegilda tiene facetas que nadie conoce... Sí, tiene buen fondo. Espero que la próxima historia llegue pronto. ¡Gracias por tus palabras! Un besito.