NUESTRA NUEVA VIDA
Llevo muchísimo tiempo habitando
en un lugar distante de la civilización, rodeada de naturaleza y lejos de la
sociedad. Yo no necesito nada más para ser feliz. Me basta con sentir
continuamente el aroma de los bosques y escuchar la voz de la naturaleza, pero
la otra mitad de mi cuerpo y mi alma, quien me ha pedido que lo llame Eros para
no desvelar su verdadero nombre, me ha solicitado encarecidamente que nos
traslademos algún tiempo a un lugar donde podamos oír otras voces, aspirar
otras fragancias y ver otros rincones. A él le gusta muchísimo la ciudad, el
murmullo de las calles, las luces, la multitud, pues afirma que la sociedad
también lo alimenta.
Tras insistirme en varias
ocasiones, al final ha logrado convencerme. Nos hemos trasladado a vivir durante
un tiempo a un lugar un poco más concurrido. Todavía no estoy segura de saber
sobrevivir aquí, pero junto a él sé que todo es posible. Se trata de un pequeño
y acogedor hogar situado en lo más alto de un bloque de pisos, ubicado en una
calle iluminada y llena de jardines bien cuidados. Es un lugar precioso. Ya
hemos escogido los muebles y los adornos que decorarán cada rincón, hemos
pintado con colores alegres y cálidos todas las paredes, hemos comprado muebles
de madera gruesa y oscura (adoro la madera de roble y de peral) y también hemos
transportado con nosotros los objetos que más apreciamos para que en nuestra
nueva morada queden vestigios del nidito que nos ha visto ser tan felices. No
es un traslado definitivo, sino temporal. Volveremos cuando nos apetezca a
nuestra casita para reencontrarnos con la naturaleza, pues estoy segura de que
me costará habitar lejos de los bosques. No obstante, me siento esperanzada.
Hasta entonces, siempre hemos vivido acompañados de los seres que más nos
importan y ahora iniciaremos juntos una nueva vida, en un lugar muy bonito,
concurrido y a la vez calmado, situado en una ciudad muy limpia y luciente. Sé
que a partir de ahora quizá nos ocurrirán acontecimientos que nunca
olvidaremos...
Nuestro pisito es grande, curioso
y muy acogedor. La parte que más me gusta es el gran balcón que tenemos en el
salón. Si nos asomamos, podemos disfrutar de un paisaje precioso. No suelo
sentir amor por las ciudades, pero debo reconocer que ésta tiene un encanto
especial. A lo lejos podemos vislumbrar unas altas e imponentes montañas
decoradas con unos bosques frondosos y otoñales. Las iluminadas calles de la
ciudad se enredan ordenadamente, formando un perfecto laberinto cuyos muros son
jardines verdes y anegados en vida. Las calles están muy limpias y los
edificios más altos (como en el que vivimos) están situados en avenidas que se
vuelven concurridas al atardecer, cuando las luces de las farolas se mezclan
con los últimos suspiros del día. Es una ciudad que convive en perfecta harmonía
con la naturaleza.
El traslado fue muy divertido.
Debido a que no me gustan los ascensores, tuvimos que subirlo prácticamente
todo por las escaleras (y a veces empleando otros medios que no me corresponde
desvelar), por lo que a veces, sin querer, inevitablemente se me escurrían de
los brazos algunos objetos que luego caían rodando por las escaleras.
Lamentablemente se han roto tres jarrones, pero no importa. Podemos volver a
diseñarlos ☺.
Ayer
fue la segunda noche que vivimos en nuestro nuevo hogar. Deseamos pasar
desapercibidos por los vecinos, pero en realidad también sentimos curiosidad
por algunos de ellos. Cuando subíamos nuestras pertenencias a nuestro noveno
piso, nos percatamos de que había una puerta que relucía muchísimo más que las
demás. Todas las puertas de los hogares de este bloque de pisos son marrones o
negras; todas, salvo la que nos llamó tanto la atención. Su color amarillo y
además las macetas que adornan el pasillo donde se encuentra nos resultaron muy
singulares. Ya buscaremos el modo de descubrir quién vive allí, aunque lo
hagamos furtivamente. No queremos incomodar a nadie. Además, cuando subíamos
tan forzosamente nuestros muebles desmontados, oímos que de aquella casa
emanaba mucha alegría. Conversaban varias voces que nos parecieron muy
inocentes y divertidas. Eros me propuso acercarnos allí, pero lo disuadí de esa
idea. Me da muchísima vergüenza entablar relación con alguien que no conozco.
Mas
ayer me insistió tanto que al final me convenció. Intentando vencer mi
vergüenza, descendí las escaleras que me conducían a ese octavo piso del que
emanaban tantas risas y voces curiosas. Recorrí el pasillito que me separaba de
esa puerta amarilla tan resplandeciente deseando volverme... y al final lo
hice. No, no me sentía capaz de adentrarme en unas vidas que jamás habían
imaginado mi existencia.
Cuando
ascendía atolondrada las escaleras que me permitirían regresar a mi hogar, oí
que alguien me llamaba con alegría y desesperación, como si mi vida dependiese
de que yo le prestase atención. Se trataba de una mujer mayor de voz temblorosa
y grave. Extrañada, me detuve y la miré con curiosidad y vergüenza.
- Sí,
tú, tú. Ven –me pidió agitando rápidamente su mano derecha. La obedecí sin
estar segura de hacer lo correcto—. Eres nueva aquí, ¿verdad? Yo nunca te he
visto y conozco a los más de sesenta vecinos que vivimos aquí. ¿Eres nueva? –volvió
a preguntarme fijándose más en mi apariencia—. ¿Qué te pasa, eres muda? –me cuestionó
fingiendo sentirse culpable.
- No,
no soy muda –le contesté tímidamente, agachando los ojos—. Sí, soy nueva...
- Ya
decía yo. Tu cara no me suena y te habría reconocido si te hubiese visto antes.
¿Cuándo os mudasteis?
- Hace
dos días.
- Con
razón no me enteré. Mira, chiquilla, hace dos días yo estaba de viaje con el
IMSERSO. ¿Cómo? ¿No sabes lo que es el IMSERSO? –me preguntó hiperbólicamente sorprendida
cuando detectó mi desconcentrada mirada—. Pues la mayoría de viejos no lo saben,
pero el IMSERSO es el instituto de mayores y servicios sociales. ¿A que no lo
sabías?
- No,
señora, no lo sabía.
- Yo
soy la señora Hermenegilda. Como es un nombre muy largo, todos me conocen como
la señora Herm; pero a veces se confunden con la señora Herminia, así que te
aconsejo que mejor me llames Hermenegilda, para que no te equivoques y llames a
la señora Herminia, que es muy buena mujer también, pero no hace tan buenos
cocidos como yo. Mañana te llevaré una gran olla de cocido mío para que lo
pruebes.
- No,
señora, no es...
- ¿Y
tú cómo te llamas? Aunque creo que es una tontería que me reveles tu nombre. Yo
conozco a los vecinos por los motes que suelo ponerles. La del sexto es La
Mimada –me confesó susurrando—. Se tira todo el día viendo la televisión y
solamente sale para lucir las joyas y los vestidos que su marido El agarrado le
compra. Sí, porque su marido es agarrado con todo el mundo, menos con su mujer
y su hija, que tendrá unos cuatro años o así. La chiquilla apenas sale de su casa
porque tiene una enfermedad extraña que le imposibilita respirar el polvo y las
flores. Pobre niña, sujeta a una vida insulsa. Los del cuarto segunda son los Montaña.
Casi todos los días los veo salir con sacos cargados a sus espaldas y mochilas
enormes. Los del quinto primera son...
- Señora,
lo siento mucho, pero tengo prisa –la interrumpí nerviosa al notar que la mujer
hablaba olvidándose de que existía su alrededor.
- No,
no, espera... No... Los del quinto eran los... Ay, es que ya soy mayor y a
veces mezclo las cosas. Los del octavo primera son buena gente, aunque el nene
es un poco extraño.
- ¿Tienen
hijos? –le pregunté con más curiosidad.
- No,
no, digo sí, tienen hijos, pero no me refería a sus hijos, sino al marido.
Parece de otra época, de otros lugares.
- ¿Por
qué? –me reí tímidamente.
- Es
un chico muy guapo. Seguro que, si lo ves, querrás tirarte...
- ¡Señora!
–protesté ruborizada.
- No,
niña. Quería decir que seguro que, si lo vieses, querrás tirarte a sus pies
para que te hable. Solamente habla con chiquitas jóvenes y guapas, a las
mayores ni las mira, como si no existiésemos; pero me han dicho que desde que
se casó ya no hace travesuras. Ha sentado la calvita cabeza que tiene. Sí, es
calvo, pero es muy guapo el chico, muy guapo, sí –reflexionó entornando los ojos.
- Señora,
me siento muy a gusto hablando con usted, pero...
- ¡Ah,
no, de eso nada! Como se te ocurra llamarme de usted otra vez, ¡mañana no te
traigo el cocido! Aunque veas que mis pelos son blancos, yo tengo más juventud
que esos chicos que se pasan el día jugando a la plastation. Mis nietos tienen
la plastation esa y la box, o cómo se llame, y yo veo que jugar tanto a esos
juegos de monstruos los hace viejos, pero allá ellos. Yo no soy su madre. Mira
tú –me ordenó aferrándome del brazo—, dicen que los padres crían y los abuelos
malcrían. No es mi caso. Yo a mis siete nietos los llevo a raja tabla. ¿Sabes
lo que es eso?
- Sí,
por supuesto.
- A
raja tabla: los lunes, lentejas; los martes, cocido; los miércoles, arroz...
- Señora...
- Y
cuando pruebes mis cocidos y mis guisados pensarás que todo lo que has comido
antes es basura, te lo aseguro, te lo juro por el Evangelio.
- Seguro
que sí. Señora, tengo prisa...
- Ven,
te enseñaré mis adornos. Todo aquél que entra en mi casa no quiere salir –me ordenó
tirando de mi brazo.
- Lo
siento, pero creo que tendrá que ser otro día...
- Ese
vestido violeta que llevas me gusta mucho. Me recuerda a la noche en que conocí
a mi difunto marido.
- Vaya,
lo siento mucho.
- ¡Ah,
bah! No te preocupes. Era el primero que se me moría. Me casé cinco veces más;
pero por razones raras siempre acababan muertos, no lo entiendo –me explicó
desorientada.
- Lo
lamento.
- La
vida te enseña a ser fuerte –me dijo mientras abría una puerta oscura—. Pasa.
Olerá un poco al cocido que he hecho este mediodía. He tenido abiertas las
ventanas un montón de rato, pero no sé por qué el olor no se va. ¡Mira! –me pidió
acercándose a un gran mueble—. Todos estos adornos son de viajes. Éste me lo
trajo mi hijo Paco de Venecia –me reveló señalando una góndola de madera—, éste
me lo trajo mi nieto Alfonso de su viaje de estudios. Fue a París.
- Sí,
me lo he figurado.
- Claro,
es la torre Eifré esa... Mira, esta barca de papel la hizo mi hija Elena en el
avión cuando iban a Canarias...
- Es
muy interesante, de veras; pero tengo prisa.
- Te
acompañaré afuera. Yo tengo que sacar a Chusca, mi perra. ¡Chusca! –la llamó
impaciente—. No sé que estará haciendo. Estará destrozando el ovillo de lana de
mi gata Parda. ¡Gata!
- Vaya
–me reí sin poder evitarlo.
Cuando
aquella perrita tan pequeña apareció, la mujer me condujo hacia la puerta como
si yo no conociese el camino. Cuando nos hallamos nuevamente en el rellano, intenté
que me escuchase, pero la mujer seguía dándome explicaciones de sus viajes sin apercibirse
de nada más:
- Y
el último viaje que hice con el IMSERSO no me gustó mucho. No nos dieron ni aceite
ni jamón como siempre, sino solamente una triste y cutre manta que no abriga.
Viene el frío. Es para tener mantas buenas en la casa, ¿verdad?
- Si,
por supuesto.
- ¿Qué
pasa? ¿Por qué no te metes en el ascensor? –me preguntó extrañada.
- Verá,
señora, es que antes tengo que...
- Eres
muy rara. Todos los vecinos que vivimos aquí tenemos alguna peculiaridad, pero
tú eres demasiado pálida y vistes demasiado elegante. Seguro que tienes unos cuantos
millones ahí escondidos.
- No,
no...
- No
te molestes si los vecinos te conocen como La pálida millonaria. Creo que ese
será tu mote –se rió, aunque sin malicia—. Chusca te mira raro. Parece como si
le gustases... Chusca, tienes que buscarte un buen macho. Ay, pobre, si la
castré... Bueno, no importa. Seguro que dentro de poco...
- Señora...
Justo
entonces escuché que aquella misteriosa y reluciente puerta que tanto nos había
llamado la atención se abría. Aquello acentuó los nervios que sentía. La mujer
ni siquiera se percató de aquel detalle, pues continuaba inmersa en sus explicaciones.
Escuché cómo alguien se acercaba lentamente hacia donde nosotras nos
encontrábamos. Miré curiosa hacia el pasillito que me separaba de aquella
puerta y entonces vi aparecer a una mujer alta y de ojos profundamente azules
que me miraba con piedad y pena. Su aspecto era acogedor y agradable. Me
gustaba el matiz bronceado de su piel y sus largos, negros y rizados cabellos.
- ¡Buenas
noches, señora Hermenegilda! –la saludó simpática y dulcemente.
- Ésta
es la señorita Sus –me explicó la mujer—. Es muy buena gente. Tiene unos niños
preciosos.
- Gracias,
señora.
- Estaba
explicándole a esta chica, que es nueva, que vino el otro día a vivir aquí, que
mi perra, aunque esté castrada, se fija mucho en los machos...
- ¿Eres
nueva? –me preguntó tímidamente. Me conmovió percatarme de que era tan vergonzosa
como yo.
- Sí,
nos trasladamos hace dos noches –le contesté sonriéndole amablemente.
- Iba
a comprar churros. Si quieres, puedes acompañarme –me ofreció con dulzura.
- Te
lo agradecería muchísimo –le susurré rogando que Hermenegilda no hubiese oído
mis palabras.
- ¡De
acuerdo! ¡Pues saldremos las tres, digo, las cuatro! –exclamó Hermenegilda
infinitamente feliz.
- Huy,
creo que me faltará dinero. Tengo que ir primero a mi casa a por más –se excusó
Sus con culpabilidad—. Vaya tirando, Hermenegilda. Nosotras la alcanzaremos.
- Está
bien, niñas –contestó adentrándose en el ascensor—. Hasta pronto... ¿Cómo me
has dicho que te llamabas? –me preguntó extrañada.
- No
se lo he dicho, señora. Soy Sinéad.
- Shai...
¿qué?
- Sinéad...
- Bah,
serás la señorita Lila.
- De
acuerdo –me reí avergonzada.
- ¿Te
llamas Sinéad? –me preguntó Sus sorprendida—. Es un nombre muy bonito –me halagó
cuando la puerta del ascensor se hubo cerrado.
- Tú
también tienes un nombre muy bonito y además eres muy bella –le indiqué con
vergüenza.
- Gracias,
tú también. Vistes muy bien.
- Te
agradezco profundamente que me hayas rescatado... No sabía cómo deshacerme de
ella –me reí avergonzada.
- La
señora Hermenegilda es así. Cuando nos atrapa, no nos deja marchar.
- Sí,
he podido comprobarlo.
- En
verdad tenía que salir. ¿Quieres acompañarme?
- Sí,
por supuesto. Si no te importa, yo prefiero bajar por las escaleras –le desvelé
asustada cuando me percaté de que se disponía a esperar el ascensor.
- ¡Son
ocho pisos! –exclamó sorprendida.
- No
me importa. Es que temo a los ascensores...
- No
importa. Te espero abajo.
Feliz y
esperanzada, descendí rápidamente las escaleras sintiendo ganas de reír. Todo
lo que me había ocurrido aquella noche me parecía mágico. Era la primera vez que
me encontraba con una mujer que hablaba sin cesar sin apenas conocer a su
interlocutor y que el destino me satisfacía un deseo de una forma tan rauda y
mágica. Sus me había parecido encantadora. A través de sus ojos, había percibido
que la bondad que su alma albergaba era mucho más inmensa que el cielo. Estaba
completamente segura de que podríamos ser muy buenas amigas. Ansiaba explicarle
a Eros todo lo que me había ocurrido aquella noche, pero sabía que todavía me
quedaban muchos momentos que vivir. Me reí al imaginármelo solo y nervioso en
nuestro hogar ansiando enterarse de todo lo que me había acaecido.
4 comentarios:
¡La señora Hermenegilda y Sus conocen a Sinéad! Es más, son vecinas... me parece que vamos a tener mucho que leer. En realidad no hace mucho que Sus conoció a Sinéad, fue por Halloween, es normal que ella no lo recuerde, porque al final borraron su memoria, pero Sinéad sí tendría que haberse percatado, ¿caerá en la cuenta? Me relamo pensando en quién más pueda vivir en esa casa tan interesante, ¡qué divertido!
¡Lo que me he llegado a reír! Es buenísimoooo. No podrías haber empezado mejor el primer contacto. Que risa con la señora Hermenengilda. Ayy, estoy escribiendo esto y todavía me estoy riendo jajajajaja. Que pesada es, peor que Herminia o Vicenta (muy bueno cuando hace referencia Herminia).Que si sus cocidos, el inserso, la perra, la gata, los vecinos,...¡en tan poco rato le ha explicado media vida! Menos mal que salió Sus al rescate, sabe muy bien lo pesada que puede ser esa mujer... Que chuli, ¡se han conocido! Es cierto lo que dice Vicente, no recordaba lo de Halloween, que se conocieron. Aunque quizás Sinéad no la haya reconocido ya que Sus estaba disfrazada de bruja, con un velo sobre la cabeza. ¡Estoy deseando leer más! ¡Ahh me encantaaa!
¡Se fusionan dos grandes mundos! La primera vez fue en la historia de Halloween de Dani pero esta es la primera vez que tú escribes sobre los personajes de Dani y míos. Es una sensación extraña y especial. Sinéad se ha trasladado a la ciudad. Me despierta mucha curiosidad saber quién es aquella persona, renombrado como Eros, que comparte la vida de Sinéad en la actualidad.
Me ha parecido muy divertido el diálogo entre la vecina Hermenegilda y Sinéad. ¡Qué mujer! Le cuenta de todo en un momento. Son comentarios sin desperdicio, como los del cocido. Me ha recordado a una mujer que conocí el año pasado cuando me mandaron al pueblecito de Cuenca, me pilló por la calle y en un instante también me contó toda su vida y yo casi me caigo redonda al suelo del mareo que cogí.
Parece que la primera impresión de Sinéad y Sus ha sido muy buena. La ha salvado y qué gracia el detalle de que Sus vaya a por churros, jajaja. Yo creo que son almas hermanas. En el mundo hay almas así y encontrarse es difícil pero cuando eso ocurre es lo más hermoso que puede suceder, porque la conexión es mágica.
También me he reído de leer cómo describe a Diamante, como un calvo sexy, y que ha sentado la cabeza después de casarse, jajajaja. Parece que conoces muy bien a los personajes. ¡Incluso haces referencia a Herminia!
He disfrutado mucho leyendo esta entrada. Es como estar más unida a Sinéad. Ya estoy deseando leer nuevas entradas sobre Sinéad y su nueva vida :-).
¡Me alegro mucho de que os haya gustado! Para mí es un placer que los dos mundos se mezclen. Hace tiempo que lo pensé, pero no me atrevía a llevarlo a cabo. Sí, aún quedan muchísimas sorpresitas que deben llegar :). Me conmueve que sea tan especial para vosotros. ¡Ya veréis quiénes están con Sus en su casa...! ¡En el próximo capítulo habrá más sorpresas! Sí, yo cuando escribía el diálogo con la señora Hermenegilda también me reía muchísimo ;).
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